“Míralos bien, porque no están solos en el escenario… traen consigo un país entero que lleva siglos bailando. Son la tierra removiéndose si la tierra fuese otra cosa. Son los desprejuiciados. Su valor improvisó una innovación bajo la monotonía más descarada. Hay necesidades que gritan, y a ver quién está ahí para escucharlas. Y había que llenar un hueco. Había que respetar la tradición tirándole de las orejas, explicándole que “contemporáneo”, fue siempre todo. La pequeña Babel en donde se entienden con la danza. Es precioso cómo se mueven… Comprenden que el lenguaje del cuerpo, aún cuando se hace artificio, es bastante más veraz que el habla, y que la escrita. No hay máscara del tamaño de una intención. La idea se ejecuta impecable. Se trata de “aprovecharlo todo” para luego tirar del filtro de la elegancia, del disfrute máximo que aporta contar con las fórmulas de los antepasados y ponerles la guinda de la reinterpretación. Es el efectivo discurso de las cosas que están bien hechas. Resulta imposible explicar si llegó antes la música o el baile. Se dan la mano las dos disciplinas de una forma inseparable, fiel. Asistimos a la expresión más delicada y feliz del movimiento. La sana adicción de quien no quiere parar de beber de la fuente de la vida. El traje de la autodeterminación. Es precioso cómo se mueven… Echan raíces unos en los otros. Tienen ciervos dentro movidos por el viento. Sonríen para nosotros sin rigidez con la alegría del adicto saciado. Se saben hermosos. Sudan para que disfrutemos.”